martes, 15 de febrero de 2011

Lluvia

Un lugar no visitado, felizmente remoto
a la experiencia, ése es el silencio de tus ojos:
el más frágil de sus gestos me encadena,
o se me acerca hasta donde no puedo tocarlo.

Fácilmente, tu más leve mirada me doblega
aunque yo me haya cerrado como un puño,
y ya sé que me abrirás pétalo tras pétalo
como la primavera hace, no sé cómo, con las rosas.

Y si, después de todo, tu deseo me sepulta,
mi vida y yo nos iremos cerrando prontamente,
igual que el corazón de una flor que imaginase
la nieve cayendo sordamente sobre el mundo.

Nada equivale, en las sensaciones de esta vida,
a tu fragilidad tan fuerte y a la forma en que reclamas
mi presencia en la coloración de tus países,
yo, que sirvo a la muerte cada vez que los respiro.

De verdad ignoro qué hay en ti que me esclaviza
a la vez que me libera; sólo algo en mí comprende
que tus ojos suenan más hondo que las rosas
y que nada, ni siquiera la lluvia, tiene las manos tan pequeñas.

© Edward Estlin Cummings

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