... Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida piel se asomaría a
viejos portales en el ghetto del Marais,
quizá estuviera charlando con
una vendedora de papas fritas
o comiendo una salchicha caliente
en el boulevard de Sebastopol.
De todas maneras subí hasta el puente,
y la Maga no estaba.
Ahora la Maga no estaba en mi camino,
y aunque conocíamos nuestros domicilios,
cada hueco de nuestras dos habitaciones
de falsos estudiantes en París,
cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque
o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas
y los papeles chillones,
aun así no nos buscaríamos en nuestras casas.
Preferíamos encontrarnos en el puente,
en la terraza de un café,
en un cine-club o agachados junto a un gato en
cualquier patio del barrio latino.
Andábamos sin buscarnos pero sabiendo
que ansiábamos para encontrarnos.
Oh Maga, en cada mujer parecida a vos
se agolpaba como un silencio ensordecedor,
una pausa filosa y cristalina
que acababa por derrumbarse tristemente,
como un paraguas mojado que se cierra.
Justamente un paraguas, Maga ...
© Julio Cortazar - Rayuela Cap.1